A mi madre
Francisca Elesia Campos Gutiérrez Vda. Mejía
Caminas con la hidalguía
de tus noventa y tres años,
más allá de las cosas de viejos
tanteando con tu inseparable bastón,
el siempre desconocido camino de la vida.
Con la inmensidad de tus afectos,
guardada celosamente
en el precioso baúl,
de tu memoria cristalina.
Pendiente a los ruidos de la noche,
por donde llega la presencia
de los hijos ausentes.
Presencia silenciosa
que sólo interrumpe,
el balanceo cansado
de tu olvidada mecedora de güano.
Mujer que regresa de todo,
estoica…
fuerte en tu soledad acompañada.
Atenta al ladrido de hambre
de tu perro Chivi,
o a los arrumacos de tu gata Perri.
A tientas buscando en tus bolsillos,
el olor sobrante de un tabaco,
guardado celosamente
de la vista inoportuna,
de inquisidores modernos.
Sobria en tu vestido de eterno medio luto.
Con tu sonrisa transparente,
colgada de una lágrima pasajera
ante la noticia de que un miembro de la familia,
llega o se va de la vida.
Rejuvenecida,
en tus juegos solitarios de dominó
de fichas incompletas,
de tanto exorcizar tedios inoportunos.
Tú, mujer de siempre,
rebosante de callada dignidad,
me inclino ante ti
para sólo decirte en la distancia;
“…’sión mamá” |